La cultura de la memoria como espacio de resistencia colectiva

La cultura de la memoria como espacio de resistencia colectiva

La cultura de la memoria como espacio de resistencia colectiva

Por Eli Gomez Alcorta, abogada de Milagro Sala

Hablar de memoria es hablar de poder, de tiempo, de violencia y de trauma.

Me estoy refiriendo a la memoria colectiva que, en su complejidad, es un conjunto de significaciones decisivas para la vida comunitaria.

Pero, a la vez, la memoria también es política, la memoria colectiva es esencialmente política, en parte porque se construye por medio de un proceso político, con las tensiones que ello implica.

Todas las sociedades o comunidades que en su historia se han enfrentado a acontecimientos trágicos más o menos recientes, construyen alguna política de memoria. En este sentido la decisión por la elección de tal o cual política se convierte en un campo de batalla.

Frente a la crueldad, la sociedad o comunidad puede quedarse estupefacta, en estado de asombro, de profundo dolor y, resolver hacer algo con eso que es impensable, indecible: ponerle nombre, hacerle un lugar, dedicarle un memorial, etc. Se trata de diferentes modos de procesar aquel pasado trágico. En ese sentido, no hacer algo con eso, también es una política de memoria posible, es la política del olvido o del silencio.

En Argentina, hablar de Memoria es referirse a una crueldad específica: la del terrorismo de Estado.

En la búsqueda de por sus hijos y nietos, las madres y abuelas de Plaza de Mayo han realizo un ejemplar ejercicio de recuperación colectiva de la memoria. Hoy sus pañuelos son el símbolo de esa lucha. En la foto unos niños juegan durante la manifestación multitudinaria por la Verdad, la Justicia y la Reparación en Buenos Aires. / Luis Vintem

Es por eso que la memoria también es objeto de disputa. Más allá que en algún momento se haya alcanzado cierto nivel de hegemonía sobre el relato de ese horror –construido por ciertos hitos, acciones, prácticas y discursos: el Juicio a las Juntas Militares, la lucha del movimiento de derechos humanos, las políticas de Memoria, Verdad y Justicia en el período 2003-2015, la recuperación de la ex ESMA y otros sitios, el proceso de juzgamiento de los delitos de lesa humanidad, etc.-; continuamente se encuentra en juego ese sentido.

Hace un tiempo asistimos a una serie de discursos oficiales que intentan banalizar o relativizar aquel relato, se trata de prácticas negacionistas, que, además, de reeditar el dolor de las víctimas y familiares, buscan otorgar firmeza y permanencia narrativa a pactos sociales denegativos en cuanto a la representación simbólica de ese pasado.

Hubo un momento de la humanidad en que la historia empezó a contarse de otro modo, de hecho algunos entienden que allí se inició la Historia como tal. Cuando las personas se descubrieron como sujetos históricos, herederos y parte de acciones de otras personas y entendieron el presente como consecuencia del pasado y disparador de un futuro.

En tiempos trágicos de nuestra historia, Rodolfo Walsh denunció que “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Que cada lucha deba empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores; la experiencia colectiva se pierda, las lecciones se olviden. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.

Del mismo modo, en esta etapa en que las mujeres y las disidencias sexuales nos constituimos y reconocemos como sujeto político colectivo, algunos quieren presentar al feminismo como un movimiento que nace hoy, y de modo quitarnos nuestra historia. Por eso es vital que nosotras podamos reconocernos en las luchas que nos antecedieron, en luchas que se dieron en otros siglos y en otros continentes. De allí que, entre tantas otras estrategias, peleamos por reivindicar a las heroínas que la historia, propiedad privada del patriarcado, borró y eliminó: entre tantas otras a Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, Juana Azurduy, Juana Ramírez, Manuela Sáenz, Machaca Güemes.

En todas las batallas políticas y resistencias, la memoria colectiva resulta esencial para sabernos parte de otras luchas, es por eso que en tiempos hostiles, en tiempos de avanzadas brutales del neoliberalismo, la disputa por la Memoria colectiva se convierte en un terreno áspero.

El neoliberalismo tiene en el centro de su doctrina la noción de competencia entre naciones, regiones, empresas e individuos. Coloca en el centro de la actividad humana al individuo y a su libertad, como valor absoluto. Sin embargo, esa libertad debe estar desprovista de toda referencia comunitaria, desembocando en un individualismo beligerante, en una insolidaridad que genera una feroz y agresiva competitividad.

El neoliberalismo no es solo un modelo económico, sino un sistema político que construye sentido común; confecciona, demarca y disciplina subjetividades; de allí que resulte fundamental para aquella colonización los medios de comunicación, en especial la TV y las redes sociales.

El emprendedor es el sujeto de una sociedad neoliberal: una persona que se ha convertido en empresario de sí mismo, en constante competencia con los demás. El emprendedor es un paria, sin comunidad, sin sindicato, sin Memoria.

Mnemosine, la memoria, era una divinidad griega que tenía a su cargo justamente esta tarea, se le atribuía el carácter divino de la clarividencia y de iluminar a elegidos que encarnaban el poder de rememorar y guardar el recuerdo de lo que una sociedad debe conservar para mantener su propia identidad. Estos elegidos eran los Aedos, unos poetas cantores, quienes a través de sus relatos cantados, conservaban los conocimientos que representan el horizonte de todos.

En estas tierras al sur del continente, esa divinidad no eligió a poetas cantores, aunque algo de poetizas tienen, sino a mujeres comunes, que estaban en sus casas, enfrascadas en sus roles maternos, y que con pañuelos como únicas armas, una vez que empezaron a marchar no pararon Nunca Más.

Es por eso que la Memoria, y la lucha por la memoria colectiva, tienen un sentido de profunda resistencia en tiempos de neoliberalismo.


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